Don Lucas Alamán
Sobre la independencia de México se ha escrito mucho, pero cuatro historiadores, que vivieron la revolución de 1810, me atraen, ya que no sólo narran los acontecimientos, sus escritos también revelan la ideologia que albergaba su mente y su corazón.
Don José Maria Luis Mora,
Don Lorenzo de Zavala
Me llama la atención la nueva acogida que se ha dado a un personaje, por mucho tiempo vilipendiado, don Agustín de Iturbide, al que muchos comienzan a considerar el verdadero Padre de la Patria. En los escritos de los historiadores que mencioné, principalmente de don Lorenzo de Zavala, ya se vislumbra este enfoque.
La ficticia carta que comparto a continuación, la escribí hace diez años, en un intento de esbozar, desde la literatura, al controvertido héroe.
Carta de Agustín de Iturbide a la Patria Mexicana
Yo, Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, me acojo a vuestra amistad y descargo mi alma atormentada.
Entendí y compartí el desprecio con el que los gachupines nos miraban a los hijos del mestizaje, vuestros amorosos hijos.
También fui testigo del abuso de los peninsulares asi, os amé más cuanto más os esclavizaban.
Acepto humildemente que cabalgué por los caminos de la vida entre mi pasión y mi ambición: por la una apoyé el movimiento de Gabriel de Yermo, y por la otra reprimí la conjura de Valladolid y serví a los realistas.
Dicen que me opuse a Miguel Hidalgo por envidia, qué gobernado por mi ansia de reconocimiento rechacé el cargo de teniente coronel que me ofreció. ¡Injurias! A vos no puedo mentiros: ¿Cómo inclinarme ante un hombre que por soberbia no cedió el mando a Ignacio Allende, a cuyas órdenes gustoso hubiera dedicado mi espada y mi valor, que nunca ha estado en duda?
Sofismas o ingenuidad, los movimientos del cura Hidalgo presagiaban el desastre del Monte de las Cruces, donde serví bajo las órdenes de mi joven amigo el teniente coronel Torcuato Trujillo, quien amablemente aceptó mis consejos. La derrota inflingida a los insurrectos hicieron que el señor virrey Venegas volteara sus ojos a mi y me nombrara Capitán de la Compañía de Huichapan del Batallón de Toluca.
La miel del triunfo es tan dulce como amargos son los desaires que me ofrecieron los insurgentes y que me lanzaron a los brazos realistas.
Prosigo Querida Patria Mexicana. Mi desempeño en las contundentes victorias del ejército realista, me valieron a los 30 años de edad las insignias de coronel y Comandante General de la Provincia de Guanajuato. Como jefe militar de Guanajuato organicé la vida comercial, intención mal entendida por el obispo Antonio Labarrieta, quién mediante infamias y calumnias me acusó de monopolizar el comercio y que para mi enriquecimiento personal fingí expediciones del Real Servicio con lo que acaparé la venta de lana y azúcar.
Aun me sonroja la vergonzosa destitución por malversación de fondos y abuso de autoridad. Ellos si se enriquecieron a costa del hambre de la plebe.
Forzado por las circunstancias me fui a la ciudad de México. En este gentil paréntesis se inoculó en mi el germen de Tú libertad, y crecía en mi interior la idea de una nación unida en un solo ideal: un pueblo gobernado por una monarquía de sangre mexicana.
En feliz coincidencia el virrey Juan Ruiz de Apodaca me designó Comandante General del Sur, y partí a combatir a Vicente Guerrero.
Entonces me entere que invitarían a un príncipe Borbón para establecer el Imperio Mexicano. El tierno amor por vos inflamó mis venas. Pobre Patria ¿un extraño mancillándote? Antes convencería a Vicente Guerrero de unirse a un nuevo plan que conciliara tanto los intereses y posiciones de los insurgentes como de nos. Guerrero y Ascencio ocasionaban al real ejército derrota tras derrota. Decidí pactar, no por cálculos mezquinos, era el momento oportuno para unir las fuerzas de los patriotas en un bien común: Tu Libertad. Por eso, el 10 de enero de 1821 escribí una sentida misiva, invitando al general Vicente Guerrero a unirnos en aras de vuestra causa.
El gran héroe, conmovido por mi sinceridad, ofreció militar bajo mis órdenes, de esta manera, el 4 de febrero de 1821, en Acatempan sellamos la paz con un abrazo que unió a los dos ejércitos en la defensa de la Religión, la Unión y la Independencia: el orgulloso Ejército Trigarante, que bajo mi mando dio lugar el 24 de agosto de 1821 al Imperio Mexicano, firmando mi, el mas humilde de vuestros lacayos y Don Juan Odonojú, a la sazón el último virrey de España
El 27 de septiembre, de 1821, el dia de mi cumpleaños número 38, cabalgando a lomo de un hermoso corcel negro y seguido de mi Estado Mayor, bajo un arco triunfal recibí el agradecimiento de mis nuevos mexicanos, a los que arengué
“ Mexicanos: ya estais en el caso de saludar a la Patria independiente, como os anuncié en Iguala;
"ya recorrí el inmenso espacio que hay desde la esclavitud a la libertad. Yo os exhorto a que olvideis las palabras alarmantes y de exterminio, y solo pronunciéis unión y amistad íntima”
Agustín de Iturbide, en la entrada del Ejercito Trigarante.
Que pesada soledad la del triunfo. Mi Suave Patria os encontrabais bajo un yugo aun más tirano: las fuerzas del poder, las rencillas entre los que aspiraban a un gobierno republicano y aquellos que comprendíamos que Vos eraís muy joven para el autogobierno. El pueblo habló, gritó. Permitidme regodearme en el recuerdo de aquel 18 de mayo de 1824 en que la oscura y silenciosa noche fue irrumpida por el repique general de campanas, en las calles se escuchaban las salvas de artillería y los gritos que a mis oídos eran dulce canción ¡Viva el Libertador!, ¡Viva Agustín de Iturbide! Ese día memorable, a las diez de la noche, el pueblo me proclamó emperador.
Mi modestia me dictaba no ceder a los votos populares, solicitando consideraran a personajes más aptos. El congreso protestó: "
Se considerará vuestro no consentimiento como un insulto, y el pueblo no conoce límites cuando está irritado. Debéis hacer este nuevo sacrificio al bien público; la patria está en peligro”.
Así, comprendiendo que yo era el único con las prendas necesarias para dirigir tus primero pasos como nación independiente, fui coronado Agustín I, Emperador de México
La víbora de la traición siempre estaba al acecho y aun en contra de los deseos expresados sinceramente por el pueblo, los republicanos no cejaban en sus inescrupulosas intenciones. Mi muy amada, vos sabéis de las veleidades del ser humano. De Antonio López de Santa Anna, aquel que engrandecí, que no reparaba en llamarme el “amadísimo general”, vino el golpe brutal que me derribó sin darme tiempo de defenderme.
Mi presencia en el país era un pretexto para desavenencias. Mi memoria sería repudiada y odiada por ésto. Como siempre he dado fe, antepuse vuestro bienestar y me expatrié gustoso, aunque von profundo dolor.
Nuevamente el destino tenia otro plan. Al saber que España pretendía una nueva invasión regresé a impedirlo o a morir en tu bendito suelo.
Hoy, frente al paredón, con los ojos abiertos, y la mano sobre el corazón, acepto que sí, que Miguel Hidalgo y Costilla es vuestro padre. Pero vuestra madre soy yo. ¡Yo te parí1
Marissa Hess, septiembre 2012
Agustín de Iturbide frente al paredón
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Novelas históricas que seguramente disfrutarán.
Recuerda que tu comentario me ayuda a crecer, prometo agradecerlo, prometo no enojarme…mucho.
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